En el siglo 16, los conquistadores españoles se habían percatado de los finos artefactos de oro y plata de los pueblos nativos mucho antes de que la leyenda de los "hombres de oro" o "ciudades perdidas" disparara la imaginación de los reyes y plebeyos por igual.
La prevalencia de éste tipo de artefactos valiosos, y la aparente ignorancia de los nativos de su valor, soportaron a los rumores nativos como una fuente abundante para ellos.
Los colonos españoles en la Nueva España (el México actual) comenzaron a perseguir esas míticas "Siete Ciudades de Oro" que escucharon se encontraban localizadas a través del desierto, cientos de kilómetros hacia el norte.
Supuestamente situadas en algún lugar en el suroeste de América del Norte continental, se decía que éstas ciudades legendarias estaban llenas de grandes e ilimitadas riquezas. En esencia, las Siete Ciudades son el Dorado, de América.
Originalmente El Hombre Dorado, El Indio Dorado (el nativo de oro), o El Rey Dorado (el rey de oro), era el término usado por los europeos para describir a un jefe de la tribu de los nativos Muisca de Colombia, que como un rito de iniciación se cubría con polvo de oro y se zambullía en el lago Guatavita.
Los conquistadores Lázaro Fonte y Hernán Pérez de Quesada, intentaron (sin éxito) drenar el lago en 1545, mediante una "cadena de cubo" de trabajadores. Después de 3 meses, el nivel de agua había reducido 3 metros, y sólo se recuperó una pequeña cantidad de oro, con un valor de 3,000 a 4,000 pesos (aprox. 100,000 dólares americanos de hoy).
Más tarde, se convirtió en el nombre de una legendaria "Ciudad Perdida de Oro", también conocida como Manõa, la que ha fascinado a exploradores desde la época de los conquistadores españoles y la que supuestamente se encontraba ubicada en el Lago Parime, en las tierras altas de Guayana, América del Sur. Hay todo tipo de leyendas románticas relacionadas con estas ciudades perdidas, sobre todo en lo que respecta al por qué cayeron en la ruina, el abandono, y finalmente el olvido.
Las historias podrían tener algunas de sus raíces en una primitiva leyenda portuguesa acerca de siete ciudades fundadas en la misteriosa isla de Antilia por una expedición católica en el siglo octavo.
Se decía que un grupo considerable de obispos Visigodos Cristianos huyeron a la isla desde la invasión musulmana de la península Ibérica, trayendo grandes riquezas, y finalmente estableciendose en una isla en algún lugar del Atlántico.
En ambos casos existe documentación y mapas antiguos, pero nada concreto se ha encontrado oficialmente, dejando a las Siete Ciudades en el reino de la leyenda.
En 1539, el español Francisco Vázquez de Coronado, condujo una gran expedición desde el norte de México en busca de riqueza y de las "Siete Ciudades de Cibola". En lugar de riqueza, encontró pueblos de agricultores que vivían en ciudades de adobe con techos planos, en lo que hoy son Arizona y Nuevo México. Éstos eran lo que quedaba de los Hopi, Zuni, y fue habitado en gran parte por el Pueblo Indio de hoy.
Coronado estaba decepcionado por la falta de riqueza entre los Pueblos, pero luego se enteró de una civilización rica llamada Quivira, lejos hacia el este, donde el jefe bebía de tazas de oro que colgaban de los árboles.
En 1541, llevó a su ejército de más de un millar de españoles e Indios aliados a las grandes llanuras en busca de ésta misteriosa civilización, la que supuestamente acumulaba vastos recursos de oro. Coronado encontró Quivira:
"bien establecida... la propia tierra siendo muy plana y negra, y estaba muy bien regada por los riachuelos, manantiales y ríos. Encontré ciruelas como las de España, y nueces, y muy buenas uvas dulces, y moras".
Los Quivira eran personas simples. Tanto los hombres como las mujeres estaban casi desnudos. Ellos "eran grandes hombres bien dotados", muchos de los hombres siendo de más de seis pies de altura. Parecían gigantes en comparación con los españoles. Decepcionado por su fracaso en la búsqueda de riqueza, Coronado volvió su rostro hacia Nuevo México y marchó de regreso a través de las llanuras.
A mediados del año 1570, la huelga de la plata española en Potosí, en el Alto Perú (actual Bolivia) fue la producción de riqueza real sin precedentes para muchos.
En 1695, los bandeirantes en el sur de Sao Paulo encontraron oro a lo largo de un afluente del río San Francisco en la sierra alta de Brasil.
Ésta nueva perspectiva de oro real remplazó la promesa de "hombres de oro" y "ciudades perdidas" en el vasto interior del norte, dejándolos como mitos y leyendas.
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