Entre la media docena de aficiones que se le atribuyen al conde de Saint Germain, desde aventurero e inventor hasta violinista y científico aficionado, fue su pretendida habilidad como alquimista la que más sedujo a sus contemporáneos. Eso, y el aura de misterio que siempre rodeó a este personaje, del que apenas se conocen unos pocos datos biográficos.
Las primeras menciones históricas sobre Saint Germain se remontan a 1740, cuando se convirtió en un habitual de los ambientes más selectos de Viena. El conde, que entonces debía contar con unos 30 años, vestía austeramente, pero llevaba siempre encima una cuantiosa cantidad de diamantes, que utilizaba en vez de dinero.
Durante su estancia en la capital de Austria, parece que Saint Germain fue capaz de sanar contra todo pronóstico al mariscal francés de Belle Isle, que había sido herido gravemente en Alemania. En agradecimiento, el militar se lo llevó a París, donde puso a su disposición un laboratorio muy bien equipado. Fue precisamente en esta ciudad donde empezó a gestarse la leyenda del conde de Saint Germain.
Así, en las Chroniques de lóeil de boeuf se narra una anécdota en la que éste afirma ante una anciana condesa haberla conocido cuando era una joven, lo que daba a entender que el conde tenía más de cien años, cuando sólo aparentaba unos 40. “Yo soy muy viejo”, señaló el conde sonriendo. El “inmortal” conde de Saint Germain se convirtió de esta forma en toda una leyenda urbana de la época, y empezaron a correr todo tipo de rumores sobre él, entre ellos, que había estado presente incluso en las fiestas de las bodas de Caná.
A finales de 1745 pudo haber sido arrestado en Londres, acusado de apoyar la causa de los Estuardo. Eso parece desprenderse de una carta oficial en la que se relata el arresto de “un hombre extraño que se hace llamar conde de Saint Germain; no dice a nadie quién es ni de dónde viene. Admite que éste no es su verdadero nombre. Canta y toca el violín magníficamente; está loco”. Tras ser sorprendentemente liberado, volvió a Versalles, donde se convirtió en uno de los personajes más próximos a Luis XV y también a madame Pompadour, con la que se le llegó a relacionar íntimamente.
En 1760, el rey le envió a La Haya como representante personal para negociar un préstamo con Austria para ayudar a financiar la guerra contra Inglaterra. Allí, sin embargo, no sólo se enfrentó con su antiguo amigo Casanova, sino que fue acusado por el duque de Choiseul, Ministro de Asuntos Exteriores del rey Luis, de conspiración contra Francia, lo que precipitó su huida.
Según parece, en Holanda, bajo el nombre de Conde de Surmount, amasó una gran fortuna. Es que Saint Germain no dudaba en ofrecer todo tipo de ungüentos, pócimas y preparados para combatir cualquier mal, incluso la muerte. Pero aunque las acusaciones de timador y conspirador le perseguirían allá donde fuera –se rumoreó incluso que precipitó las cosas para que el ejército ruso colocara en el trono a Catalina la Grande–, su natural disposición hacia la diplomacia le granjeó numerosos aliados en toda Europa.
Unos documentos parisinos muestran que el conde de Saint Germain murió el 27 de febrero de 1784 en el castillo de Eckenförde de su último mecenas, el príncipe Carlos de Hesse-Cassel. Éste le erigió un monumento con esta inscripción: “aquel que se hacía llamar Conde de Saint Germain, y del que no hay otras informaciones, ha sido enterrado en esta iglesia”. Aun así, la leyenda del conde “inmortal” sobrevivió a su muerte, y de esta forma, en estos dos últimos siglos numerosos iluminados han afirmado haber visto al escurridizo y misterioso Saint Germain vivito y coleando.
Hay testimonios que le sitúan en París en 1835, en Milán en 1867 e incluso en Egipto durante la campaña de Napoleón. La misteriosa vida de Saint Germain le convirtió en objeto casi de culto de todo tipo de teósofos y ocultistas, que han llegado a decir de él que en realidad era el mítico Judío Errante o Merlín.
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Hay unos libritos de "metafísica" de Conny Méndez, en lo cuales se afirma que este ser es un avatar, un maestro ascendido comparable e incluso superior a Jesús de Nazareth.
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